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Estresados, estresores y estrés

el 2 abril 2012

Los hijos del siglo XXI somos un grupo de estresados. Desde que nacemos toda nuestra vida está rodeada de estímulos y demandas de cambio. El niño que va por primera vez al colegio, el jovencito que ingresa en la universidad, el adulto que consigue su primer empleo, todos ellos, y muchos otros,  tienen que cambiar, tienen que adaptarse a sus nuevos entornos.

Lamentablemente no siempre hemos sido educados bien en nuestra valoración de los cambios. Se nos dijo que todo cambio era portador de nuevas oportunidades, pero al mismo tiempo se nos inoculó un temor reverencial al cambio. De manera que la mayoría de nosotros tendemos a temer el cambio, buscamos la continuidad, la estabilidad, la seguridad, incluso el conformismo. Rechazamos el cambio.

¿Has pensado alguna vez donde estaríamos si nuestros antecesores, nuestros padres, nuestros abuelos, nuestros bisabuelos, los hombres de la Edad Media y los hombres primitivos no hubieran asumido el cambio en sus vidas?  ¿Seguiría viva nuestra especie, caracterizada por su adaptación al entorno primero y por su transformación del entorno después?

Llegados a este punto hay que afirmar que el cambio es connatural a la vida humana, que el cambio genera estrés y que la vida es vida con estrés pues sin estrés no habría vida. Por tanto ¿cuál es el problema del estrés?

En el lenguaje coloquial cuando hablamos de estrés solemos confundirlo con los estresores. Así pensamos que el estrés es:

  • Discutir con la pareja
  • Tener problemas en el trabajo
  • Perder a un ser querido
  • Divorciarse
  • Estar parado
  • Aguantar todos los días largos atascos de tráfico…

Y ese es un error de concepto, lo que acabamos de citar son  fuentes de estrés, son estímulos que provocan en nosotros respuestas, llamaremos pues a esos estímulos ESTRESORES, y el estrés lo reconduciremos a las respuestas que damos nosotros ante los estresores.

En principio nuestras respuestas de estrés son de tipo físico: si voy andando por la ciudad y observo que se dirigen hacia mí unos hombres armados, disparando tiros al aire, ¿cómo reaccionaré?  Ante ese estresor, brutal estresor en este ejemplo, mi cuerpo se va a preparar para defenderse: mi digestión se paralizará, mi tensión arterial se elevará, mis músculos estarán prestos para entrar en acción, mi ritmo cardíaco se acelerará….

Este  estresor demanda una respuesta, en este caso será de ataque o huida, y se producirán  consecuencias físicas adaptativas a la situación. Si, más tarde,  observo que la policía ha alcanzado, desarmado y detenido a los delincuentes, me relajaré, mi organismo volverá a una situación de relax, todo habrá acabado correctamente.

Y, sin embargo, en la vida diaria un estresor mucho menos intenso, por ejemplo los atascos de tráfico, vividos día tras día, pueden llegar a convertirse en un estresor dañino, que provoca en mí respuestas de estrés, quizás no tan intensas, pero sí de tipo crónico.

Tres o cuatro estresores crónicos, que me invaden a diario, que exigen respuestas físicas adaptativas, pueden convertirse en el origen de una hipertensión, o en la aparición de una úlcera gástrica.

El estrés no es una cuestión menor, hay que valorarlo en su auténtica dimensión.

Txema Sanchis

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