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¿Cuál es tu apellido?

el 24 julio 2012

¿Alguna vez le sucedió que en sus primeros días de escuela el maestro le juzgara con base en su apellido? Me refiero a que el profesor tuvo de alumno previamente a alguno de sus hermanos o hermanas y con base en la conducta de ellos generó una expectativa o etiqueta para usted. “¿Eres hermano de fulanito?, Dios mío de mi vida, ¿qué hice para tener a otro de éstos en mi clase?”

En mi caso recuerdo al maestro de matemáticas de la preparatoria. Apenas teníamos unos días de haber iniciado el curso. Al regresarme mi primer examen me comentó que yo debía ser la oveja negra de la familia, pues mi hermana siempre había tenido excelentes calificaciones. Obviamente mi calificación no era maravillosa y él se había quedado con una buena impresión de mi hermana. Ese día aprendí que cuando heredamos un apellido en realidad recibimos mucho más que una referencia para ser ubicados en la lista del salón de clase.

No sé si usted sabía que tiene un apellido distinto al que heredó de sus padres. Sí, aunque parezca increíble los seres humanos poseemos un apellido que nos otorgan las personas con las que convivimos. Son apellidos que podemos modificar con el tiempo pero que por lo general ignoramos. Sin embargo estos apelativos son mucho más trascendentes de lo que pensamos.

Estudiar el origen del nombre que ha representado a nuestras familias es muy interesante. Algunos estudiosos afirman que los apellidos del mundo hispano que tienen nombre de animal o la terminación “ez” provienen del pueblo hebreo (Garza, León, González, López, Pérez, etc.). Muchos de los apellidos son derivaciones de nombres propios (Dieguez de Diego, Fernández de Fernando, Martínez de Martín), o reflejan el lugar donde se encontraba una familia, su oficio o las propiedades que tenían (del Valle, Labrador, Flores, del Campo, etc.). En los inicios de los estadounidenses afroamericanos los esclavos adquirían el apellido del que era su amo; para ellos los apellidos definían quién era su dueño. Es por eso que el controvertido activista Malcolm Little, líder de un ala del movimiento de los derechos de los negros a fines de los años sesenta, optó por quitarse el apellido para llamarse Malcolm X; en una clara alusión a que las personas de raza negra no tenían porque portar el apellido de los que fueron sus amos.

Aunque todo esto es atractivo de estudiar, la realidad es que no deseo profundizar en el interesante tema de los orígenes de los apellidos, sino en algo mucho más sencillo y quizás de mayor trascendencia, los apellidos que nos adjudican las personas que nos rodean. En este caso catalogo como apellidos a los adjetivos con los que la gente se refiere a nosotros y que colocan justo después de nuestro nombre de pila. Estos sobrenombres tienen todo que ver con nuestras acciones, conductas, virtudes y vicios.

Con base en lo que los demás observan de nosotros nos ponen estos “apellidos”. Rafael “el responsable” o Rafael “el irresponsable”; “Lourdes “la puntual” o Lourdes “la impuntual”; Mauricio “el abusivo” o Mauricio “el justo”, Josefina “la criticona” o Josefina “la prudente”. En realidad son nuestros actos y conductas los que producen estos sobrenombres y las personas con las que convivimos quienes nos bautizan. En ocasiones esta categorización puede ser injusta, pero en otras verdaderamente refleja al menos parte de nuestro comportamiento o la percepción y concepto que los demás tienen de nosotros.

Entiendo que no es correcto etiquetar a las personas, pero la realidad es que sucede y lo más fuerte de ello es que nuestros apellidos se heredan. Tal como lo comenté en el caso de los hermanos que hemos asistido a la misma escuela, nuestros hijos heredarán no sólo nuestro apellido paterno, sino también el apellido que hemos generado a lo largo de nuestra vida. Ante esto resulta obligatorio hacernos varias preguntas: ¿qué apellido estamos pasando a la siguiente generación?, ¿es uno que les abrirá puertas o se las cerrará? Si tiempo después de dejar nuestro trabajo llega uno de nuestros hijos a pedir empleo, ¿qué dirán al ver su apellido? “Si es hijo de Rafael Ayala hagan lo posible por darle un puesto” o “Dios mío es hijo de Rafael Ayala, de ninguna manera lo quiero en esta empresa”.

¿Lo puede ver? Nuestros actos no pasan desapercibidos. Seguramente en este momento usted puede identificar fácilmente algunos “apellidos” de varios compañeros de trabajo, vecinos, familiares y amigos; eso resulta sumamente sencillo de hacer. Nuestro verdadero reto consiste en saber si el nombre que nosotros estamos generando es uno del que nos podamos sentir orgullosos; uno que se convierta para nuestros hijos y familiares en un llave que abra cualquier puerta.

Le invito a decidir actuar de tal manera que los demás le pongan un apellido envidiable y digno de pasar a la siguiente generación. Si ya nos ganamos un sobre nombre negativo, no se desanime, aún estamos a tiempo de transformarlo en otro mejor. Pedir disculpas, cambiar el rumbo y empezar a actuar de manera ejemplar modificará el adjetivo con el que se refieren a nosotros. Es por esto que cada cosa que hacemos debemos realizarla mostrando amor por nuestro nombre.

Comentarios a: info@rafaelayala.com

Más de 20 años de experiencia en el mundo empresarial. Nominado al EMY en Estados Unidos en 2009. Libros publicados en varios países de Latinoamérica. Certificado como coach de ejecutivos y ontológico. Certificado como facilitador de Franklin Covey. Ha impartido conferencias a empresas, gobiernos, universidades e instituciones a lo largo de América Latina, Estados Unidos, España e Italia. Publica en diversas revistas y diarios. Página Web: www.rafaelayala.com

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Comentarios (3)

Un excelente artículo.

Mark de Zabaleta

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Gracias Mark, un gusto

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