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Los empresarios, ¿somos o no somos líderes sociales?

Una vez más estamos en crisis. Disminuye el PIB y el empleo, aumentan los precios y la paridad, cunde la desesperanza y la sensación de impotencia. Y para variar, estamos en un año de elecciones federales. Si todo iba tan bien, si nuestras reservas de divisas son las más altas de nuestra historia, si aún tenemos petróleo abundante, si gozamos de variedad de suelos y climas, ¿cómo entender que nuevamente se manifieste el desempleo, la miseria popular, nuestra evidente dependencia de la economía norteamericana?

Para comprender esta nueva amenaza, más grave que lo que aparenta ser, pero no tan grave como algunas intenciones perversas proclaman, debemos realizar un balance crítico de la realidad nacional, para tomar conciencia de nuestra función empresarial y de la ética en que debemos basar nuestra labor.

Sabemos que en nuestro planeta estamos entre las quince naciones más grandes, mejor dotadas y con mayor potencial de prosperidad. Al mismo tiempo, y a despecho de nuestros dones naturales, ocupamos el lugar 53 en desarrollo humano, padecemos graves contrastes sociales y crece la violencia urbana.

A pesar de tal balance histórico, la crisis actual tuvo su origen en los EE.UU.AA., no en México. No se inició por una terrible catástrofe natural, por una epidemia trágica o por la violenta contracción del consumo, sino en un fraude en el sector financiero hipotecario y el consecuente desplome del castillo de naipes que lo soportaba. Continúa, aún ahora, con la avaricia de diversos ejecutivos norteamericanos, que anteponen su lucro personal a la supervivencia empresarial. Esto evidencia la escasa competitividad norteamericana, ante las empresas europeas y asiáticas. Pero aún más, es otra prueba de la perversión del mercado, cuando su funcionamiento ético no es controlado por el gobierno y la ciudadanía.

Aquí, la crisis también se inició con un descalabro financiero especulativo (“derivados” y “futuros”) que en nada alteró el funcionamiento básico del mercado y de las empresas causantes, sino que derrumbó los sueños poco sólidos de sus planes futuros. Aquí sigue habiendo más de 110 millones de mexicanos que comen, visten y viven todos los días; sus necesidades y gustos siguen vivos y vigentes; este “mercado” es real e indudable. Lo mismo vale para el mercado norteamericano de 283 millones de consumidores. Así, el mercado sigue vivo y nos espera; pero ¿qué le ofrecemos los empresarios nacionales para conquistarlo?

Los retos presentes y los no resueltos del pasado, también siguen existiendo: ¿Es lógico seguir apostando al mercado externo más que al mercado nacional? ¿Cuánta “plusvalía” debería compartirse con nuestros colaboradores, para convertirlos en consumidores y promotores de la economía local? ¿Cómo podemos mejorar nuestra competitividad en el mercado mundial, cómo lo están haciendo los chinos y los hindúes? ¿Cuánta inversión requiere nuestro ingenio y creatividad para no depender de la tecnología extranjera, y convertirnos en pioneros mundiales de la innovación, como lo hicieron Japón y Corea?

Y siguen las interrogantes críticas: ¿Es lógico basar nuestro gasto gubernamental recurrente en un recurso no renovable, cómo el petróleo? ¿Qué será de nuestra nación y gobierno, si las reservas se desvanecen en los próximos años, conforme a los augurios pesimistas? ¿Cuándo aportaremos, empresarios y ciudadanos, los impuestos necesarios para el funcionamiento eficaz que necesitamos de nuestro gobierno? Si el gobierno nos costara caro, como en Europa o Japón, ¿no lo controlaríamos mejor y participaríamos con más conciencia cívica en la política? ¿No propicia nuestro abstencionismo la corrupción política y partidaria?

Las respuestas a tantas interrogantes son evidentes y todas pasan por la ética personal y social de nuestros políticos, empresarios y ciudadanos. Sin ética, el mercado opta por la especulación y el engaño, en vez del trabajo honesto y el bienestar compartido. Sin ética, la política se llena de corrupción e impunidad, en vez de ser promotora democrática del bien común y de la participación cívica. Sin ética, la sociedad cae en la violencia y en la frustración, en vez de promover la fraternidad y la realización personal.

Como empresarios exitosos suponemos que la mayoría de nuestros colaboradores son conscientes y operan de buena fe, por lo que nuestras relaciones humanas favorecen más la realización personal, la formación para el futuro, la promoción de la creatividad más que la que la represión. Pero también sabemos que a veces topamos con personal flojo, mañoso y deshonesto; para ellos existen las auditorías, arqueos y castigos. Lo mismo debe suceder entre gobernantes y ciudadanos; servicio y apoyo para los responsables; controles, represión y castigo para los infractores.

Esto nos lleva a una cuestión diferente: ¿Acaso puede una sociedad prescindir de la autoridad que vele por el Bien Común? Dada la libertad de cada ser humano, ante un vacío de control ético social, ¿no surgen siempre algunos perversos que defraudan a la sociedad en provecho propio? En nuestra realidad, ¿por qué no acatan las reglas de tránsito los mismos choferes que pasando la frontera del norte, se vuelven escrupulosamente disciplinados? ¿Por qué hay tanta evasión fiscal y tanta ilegalidad en nuestro mercado, donde el ambulantaje y el comercio informal compiten abiertamente con las empresas legales? ¿Por qué son tan corruptos nuestros políticos y sus alternativas partidarias, o por qué son tan prepotentes los medios de comunicación social? ¿Por qué no participamos los empresarios en la política como ciudadanos cabales; por qué no votamos y promovemos el voto consciente; por qué no exigimos cuentas del gasto público y promovemos alternativas éticas? ¿Funcionarían igual estas instituciones si hubiera un mecanismo fiscalizador ético y eficaz?

Aquí está la raíz histórica de nuestra problemática económica, política y social. Sin una ética social coherente, permanente y viva, familia, escuela, economía, política y sociedad acaban por padecer los quebrantos que ahora nos caracterizan. Y en este sentido va la labor trascendente y relevante de la USEM y de su objetivo social: Que sus empresarios asociados vivan y transmitan una ética social integral en la realidad de sus empresas, que permee al medio empresarial y desde allí, al resto de sociedad. Sin duda alguna, el empresario es un líder social importante. Si el empresario no vive una ética social integral, o si no participa y vota en la política, su anti-testimonio cundirá y acabará por hacerlo víctima de la violencia o inmoralidad imperante. Si el empresario opina, actúa y proclama sus soluciones éticas, si vota y razona adecuadamente su voto, en algo influirá en el futuro y en su medio social.

Ante el tamaño de estos retos, podemos desfallecer y claudicar. Pero otros empresarios lo han hecho antes, lo siguen haciendo ahora y lo vivirán también en el futuro. Sus empresas siguen vivas y superando las dificultades que cada tiempo presenta a cada empresario. Y sin duda, nadie podrá achacarles ser parte de la corrupción o de la violencia imperantes. ¿Estarán nuestras empresas entre este círculo de los triunfadores con ética o cederemos a los temores y tentaciones de nuestro tiempo? Como diría Hamlet: “Ser o no ser, ésta es la cuestión fundamental de todo ser humano y de todo empresario”.

Escrito por Carlos T. Wagner
Ingeniero químico  egresado de la UNAM. Socio fundador y presidente de Fundación Economía Solidaria, A.C.   Conferencista regular en la USEM.
www.usem.org.mx

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