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No niegues tu fe cuando te vayan a poner el sello 666

El rey Nabucodonosor hizo una estatua de oro en la provincia de Babilonia que medía veintisiete metros de altura y dos metros y medio de ancho, el momento de la dedicación de dicha estatua su vocero proclamó lo siguiente: “¡Gente de todas las razas, naciones y lenguas escuchen el mandato del rey! Cuando oigan tocar la trompeta, la flauta, la cítara, la lira, el arpa, la zampoña y otros instrumentos musicales, inclínense rostro en tierra y rindan culto a la estatua de oro del rey Nabucodonosor. ¡Cualquiera que se rehúse a obedecer, será arrojado inmediatamente a un horno ardiente!”.

A los pocos días, unos hombres se presentaron ante el rey y denunciaron a Sadrac, Mesac y Abed-nego, tres judíos que habían sido delegados por él para hacerse cargo de los negocios de Babilonia, indicando que no cumplían con el decreto emitido, pues se negaban a servir a sus dioses y no rendían culto a la estatua de oro que él había levantado. Nabucodonosor muy molesto mandó a llamarlos y les preguntó: – ¿Es cierto, que ustedes se rehúsan a servir a mis dioses y rendir culto a la estatua de oro que he levantado? Les daré una oportunidad más para inclinarse y rendir culto a la estatua que he hecho, si se niegan, serán inmediatamente arrojados al horno ardiente y entonces, ¿qué dios podrá rescatarlos de mi poder?. Sadrac, Mesac y Abed-nego contestaron: -Oh Nabucodonosor, no necesitamos defendernos delante de usted. Si nos arrojan al horno ardiente, el Dios a quien servimos es capaz de salvarnos. Él nos rescatará de su poder; pero aunque no lo hiciera, deseamos dejar en claro que jamás serviremos a sus dioses ni rendiremos culto a la estatua de oro que usted ha levantado. Nabucodonosor se enfureció tanto que mandó a calentar el horno siete veces más de lo habitual. Ordenó que algunos de los hombres más fuertes de su ejército los ataran y arrojaran al horno ardiente totalmente vestidos.

Ya que el rey, en su enojo, había exigido que el horno estuviera bastante caliente, las llamas mataron a los soldados mientras arrojaban dentro a los tres hombres. De esa forma Sadrac, Mesac y Abed-nego, firmemente atados, cayeron a las rugientes llamas. De pronto, Nabucodonosor, lleno de asombro, se puso de pie de un salto y exclamó a sus asesores: – ¿No eran tres los hombres que atamos y arrojamos dentro del horno? -Sí, su majestad, así es -le contestaron. -¡Miren! -gritó Nabucodonosor-. ¡Yo veo a cuatro hombres desatados que caminan en medio del fuego sin sufrir daño! ¡Y el cuarto hombre se parece a un dios! Nabucodonosor se acercó tanto como pudo a la puerta del horno en llamas y gritó: “¡Sadrac, Mesac y Abed-nego, siervos del Dios Altísimo, salgan y vengan aquí!”. Entonces los altos funcionarios y autoridades los rodearon y vieron que el fuego no los había tocado. No se les había chamuscado ni un cabello, ni se les había estropeado la ropa. ¡Ni siquiera olían a humo!. Y Nabucodonosor dijo: “¡Alabado sea el Dios de Sadrac, Mesac y Abed-nego! Envió a su ángel para rescatar a sus siervos que confiaron en él. Desafiaron el mandato del rey y estuvieron dispuestos a morir en lugar de servir o rendir culto a otro dios que no fuera su propio Dios. ¡No hay otro dios que pueda rescatar de esta manera!”.

Pues a sus ángeles mandará acerca de ti, que te guarden en todos tus caminos. Salmo 91:11
Este es otro claro ejemplo del amor y la fidelidad de Dios por sus hijos, porque no permitió que fueran avergonzados sino que utilizó esta circunstancia para que muchas personas lo conocieran y otras reconocieran que solo Él es Dios y no hay otro como Él.

En determinados momentos tal vez nosotros también tengamos que elegir entre confesar nuestra fe o negarla. Trae a tu memoria el gran sacrificio que Jesús hizo por ti en la cruz de calvario y la promesa de salvación eterna que te prometió, confiesa que Él es tu único Señor y Salvador, y al único que servirás.
Recuerda, el poder de Dios nunca te llevará donde su gracia no te proteja.

Y a cualquiera que me niegue delante de los hombres, yo también lo negaré delante de mi Padre que está en los cielos. Mateo 10:33

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