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Una tarjeta postal

el 2 enero 2011

UNA TARJETA POSTAL

Salió corriendo, recogiéndose el delantal a un lado, cuando escuchó la voz del cartero llamándola.

Pequeña de estatura, regordeta, con poco pelo, peinado todo para atrás, pegado a la cabeza, y recogido en un moñete. Unos pequeños pendientes de azabache eran el único adorno que llevaba. Un cuello abultado mostraba que padecía de trantornos tiroideos. Nunca diagnosticados, y mucho menos tratados.

Eran pobres.
Ya hacia muchos años habían emigrado, de un pueblecito de Albacete, a Valencia, en busca de mejor vida.
Allí tuvo doce de sus trece hijos. La última ya había nacido en Valencia.
Pero sólo le sobrevivieron tres: el mayor, el mediano y la pequeña.
Los demás los había enterrados todos antes de los tres años.
Pobres, no había medios, y los niños enfermaban. Incluso teniendo a un hijo de tres años amortajado, con la casa llena de mujeres de pueblo rezando, mientras se hacía hora de enterrarlo, el otro pequeño que andaba por allí, medio malucho también, le pidió que lo cogiera al brazo, y al cabo de un rato, se dio cuenta que no se movía. Los dos fueron enterrados en el mimo ataúd.

Ella, casi analfabeta, ayudaba en todo, en la huerta, con los animales, la casa, … . Cuando alguna mujer joven iba a parir, la llamaban, ella dejaba todo e iba. Si alguien enfermaba, la llamaban.
Ella iba a verlo, imponía sus manos, que solas iban al sitio donde estaba el mal, y rezaba las veces que hiciera falta.
Muchos curaron. Con hierbas que conocía y recogía del monte y cera virgen, hacia un ungüento que también utilizaba para sanar. Y así discurría su vida, trabajando, ayudando a los demás, criando y enterrando hijos. Pero no se rebelaba. Eran los designios de Dios, así lo creía y así lo aceptaba.

El marido, parco en palabras, con muy mal genio, con tantos hijos, nunca la había besado.
Él mandaba y ella obedecía.
Marcharon a Valencia, y poco a poco, toda la familia del pueblo también se fué marchando a Valencia, en busca de mejores oportunidades. Y todos fueron pasando por su casa. Lo que había se repartía, hasta que consiguieran casa y trabajo, Unos, otros … .

El hijo mayor, buen hijo, obediente, trabajador, nunca les dio ningún disgusto. Era un hijo modelo.
Se echó novia, buena chica y se casó.
Pero cuando ya tenían dos niñas pequeñas, se marcharon a buscar suerte a Argentina.
El mediano, le salió un «bala perdida». No quiso ir a la escuela, lo justo para saber escribir y echar cuentas… andaba en trapisondas que ella procuraba tapar para que no se enterara padre.
Tampoco andaba con buenas compañías. En la Guerra Civil Española, conducía ambulancias, siempre estaba fuera de casa.
Un día llegó a casa corriendo y dijo «Madre, salga que vienen por mí», y saltó la tapia de la terraza del huerto.
Detrás vino la policía; lo buscaban por un tema de trapicheo con neumáticos de ambulancia. Tiempo después se enteró que estaba en Estados Unidos, ilegal y embarcado en un barco americano participando en la segunda guerra mundial.

Se había quedado con Maria, la pequeña.
Muchacha dócil, trabajadora que nunca les dio disgusto alguno.
Fue poco tiempo a la escuela, pues había que ayudar en casa. A los catorce años, la pusieron a aprender a coser en casa de una modista.
Encontró un buen chico, fueron novios seis años y se casaron.
Entre Maria y su padre, con sus manos, añadieron una habitación a la casa, y se quedaron a vivir con ellos.

Nació Marujin, que para ellos fue como si el sol entrara en casa.
Graciosa, habladora y descarada, iba por la calle saludando a todos los que se encontraba. El abuelo, que nunca había demostrado sentimientos, bebía los vientos por ella. Que nada ni nadie tocara a su chica, que se los comía.

Pero la vida no era fácil, y un día decidieron Maria y su marido Vicente, que también cruzaría el charco en busca de nuevas oportunidades.

Y se fueron.

Maria se dio cuenta que estaba embarazada. Y él no estaría cuando naciera el bebé.
Llegó la hora del parto y su madre la asistió, en casa. Era un niño.

Llegó carta del padre, que sí, que tenía buen trabajo y que se fueran Maria y los niños.
Los abuelos vendieron todo lo poco que tenían, hasta la máquina de coser Singer, para que Maria llevara algo de dinero para el largo viaje.
Casi un mes en barco…
Ella sola, con Marujin de tres años y el niño de 8 meses; ella, que nunca había salido de casa. Para los abuelos, fue un duelo muy grande; no podían soportarlo: «¿Para qué vivir? Señor, Señor, ¡cuántas pruebas me has de poner!»

Salió corriendo, con los ojos llenos de lágrimas a coger la carta que le daba el cartero. Le temblaban las piernas, le faltaba la respiración, las lágrimas no le dejaban ver.
Era una tarjeta postal, de Barcelona, con una foto en blanco y negro, de una plaza, con un obelisco alto y encima de una especie de bola, un señor con un brazo y el dedo índice señalando a lo lejos.

Le dio la vuelta. Con una letrita redondita y faltas de ortografía, decía: «Queridos padres: Deseo estén bien, nosotros bien.
Padres hoy a las tres embarco y con mucha emoción pues pienso , que a lo mejor pasaremos poco tiempo separados, y tengo pesar, pero ya verán como pasa pronto. Cuidense mucho y distraiganse todo lo que puedan, Los chicos están bien, están gorditos . Está contenta la raboseta de ver que se va a ver a su padre. Se acuerda mucho de sus iaios. Besos y recuerdos,
Maria.»

– Luna

Esta historia es la historia de mis abuelos, mis padres y nuestra, de mi hermano y mía.
La tarjeta postal la tengo guardada, como un tesoro…
Lo dedico a todos los que ahora, desde el otro lado de «charco» vienen aquí en busca de una vida mejor…

Ojalá este año 2011 sea el AÑO DE LAS OPORTUNIDADES para todos.

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Comentarios (3)

Waooo… me dejo sin palabras tu historia…

Te deseo lo mejor para este 2.011.. Gracias por compartirnos esta historia que seguro tocará el corazón a más de uno…

Exitos

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Tarjetas postales de amor con tu foto, música y animadas en: http://www.tarjetas.be

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Casi lloro con esta historia. Será porque soy una de esas que terminó del otro lado del charco, buscando esa vida mejor? Tal vez. O tal vez porque mis padres hicieron lo mismo en su momento.. En fin, la historia que cuentas aquí casi podría ser la mía propia, y eso me emociona porque sé que somos muchos los que nos sentimos así. Felicidades por escribir algo tan lindo y te deseo a ti y a todos los que estén en esta situación, un futuro lleno de oportunidades y sueños cumplidos. Un gran abrazo

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